En el avión que le conducía de vuelta a España reinaba una oscuridad tachonada por unas pocas luciérnagas lectoras. Gente con cascos y cubierta por finas mantas se acurrucaba buscando una comodidad imposible.
Lucía abrió el Kit TWA del buen viajero transoceánico y se puso los patucos y los antifaces para dormir. Casi sin querer sus pensamientos remolonearon con Oscar, el trajín neoyorquino y el downtown de Manhattan con su fantasía de metales pesados y cristales transparentes. Cruzar el puente de Brooklyn andando tiene algo de majestuoso, recordaba, uno se siente casi suspendido en el aire, casi en un sueño, una especie de alfombra roja hecha de tablas de madera por encima de los coches con vistas panorámicas. Tras un rato tuvo la extraña sensación de que el tiempo transcurría más deprisa con los ojos cerrados. Una vez, de niña, Lucía pensó en pasar tres meses con los ojos vendados. Quería saber que se sentía al ser ciega. Saber si sus otros sentidos se agudizarían. Saber. Cuando le planteó a su madre la necesidad ineludible de este experimento y de que ella la cuidara mientras tanto, su respuesta fue lacónica - Niña - sentenció - tu eres tonta. Se sintió una artista incomprendida.
Lucía ahora era artista, pero el trabajo que hacía no tenía nada que ver con la creación de objetos comúnmente definidos como arte. Ella en sí constituía la obra, una "arte-artista" Una obra "ready made" humana y mutante a merced de caprichosos y excentricos mecenas multimillonarios.
De repente le asaltó una duda. ¿Qué aspecto tendré con mis antifaces de tela? Se los quitó y se giró para ver a su vecina de asiento con los suyos puestos. Dios mío, parecía un cruce entre Zsa-Zsa Gabor y Groucho Marx. Lucía optó por su libro y se sumó con desgana a la vigilia de las luciérnagas. Pero no se daban las condiciones adecuadas para que el Tao salga de un libro y cambie tu vida por completo. Sintió una fuerte vibración ¿La superconciencia? No... era el Jumbo entrando en un banco de nubes violeta...
Tras quitarse el cinturón se tambaleó por el pasillo hacia los servicios del fondo. Esquivó a un auxiliar de vuelo y cuando pasaba por el área de catering chocó frontalmente con alguien que salía de allí. Un puñado de pastillas rosas se desperdigaron por el suelo de moqueta.
Lucía miró desconcertada, primero al suelo y después a la azafata que hacia equilibrios con la bandeja.
-Lo siento, se excusó, por poco lo tiro todo.
La azafata, tras una sonrisa de
soncosasquepasan, siguió su camino y Lucía se apresuró a recoger las pastillas mientras un sabor metálico le inundaba el paladar.
(continuará)